Ahora la Luna ilumina mis recuerdos, pero como tus lágrimas aparecieron aquella vez, la Luna ilumina esta vez sin el permiso que nunca pidió...
Normalmente en cualquier casa, en cualquier lugar, en cualquier reino esto sería motivo de festivales y celebraciones, el nacimiento de un heredero, pero lo único que esto trajo fue tensión y problemas, más agua para el lago. Ya hacían siglos que estabas diferente, cambiada desde aquel viaje, desde que trajiste a tu nueva aprendiz, desde que se convirtió en más que eso; no sé si por celos yo hice lo mismo, no sé si por eso cambiaste, no sé.
Una noticia como ésta se repartirá entre todos los reinos, entre todas las realidades. Mi caminar es rápido y pesado; mis pasos furiosos retumban como si fuesen truenos catastróficos, quizá fueron los truenos anunciando la catástrofe que venía; mis pies buscan abrir el piso y partirlo con cada pisar, empujo las puertas al punto de romperlas, mis acompañantes saben que ni una palabra deben pronunciar, su existir depende de ello, temorosos de ser las víctimas de mi cólera.
¿Por qué ocultaste esto? ¿Qué bajeza o vanidad ha pasado por tu mente? Mis bramidos como rugidos eran de odio. ¿Cómo llegamos a eso? un amor así, algo tan bello. Tus damas de compañía, sin la valentía de verme en ese estado, se desvanecieron en el aire al sentir mi presencia.
Finalmente llegué a tus aposentos, tu guardia aún estaba, aguantando toda mi repulsión y el horrible ambiente que ella generaba; ¿qué has hecho? ¿qué hiciste con mi heredera? ¿porqué ocultaste algo así? Aullaba de desolación, odio y tristeza al mismo tiempo; ¿por qué me lo has ocultado? Grité una vez más, no esperaste mucho para extender tus brazos y romper mi silencio con unas palabras que jamás olvidaré
"Aquí tienes a tu heredera, pero no creo que te sirva de mucho, ha nacido muerta." Como siempre nos hemos parecido, tu mirada también exhalaba odio, ira y soberbia, tus palabras desencadenaron lo que nunca debió ser, hasta tú sentiste temor, temor que pronto cambió por más ira y rencor en respuesta a mis palabras, palabras que nunca debieron ser pronunciadas, recuerdo cada sonido,
"Esto es tu culpa, hija de hombres.", con eso desvaneciste tu imagen y yo salí a desahogar mi propia ira, desde ese momento el cielo se tornó rojo y un crujir, casi un temblor, se escuchó por un largo rato.
No volví a verte por eones, y no fue sino con otra imagen, oculto tras la apariencia y complicidad de tu amado, que pude volver a tocarte.